Estoy enamorado, enamorado de un imposible, ¿Pero qué puedo hacer más que amarlo? Ni porque quiera olvidarle lo lograré.
Pero lo peor no es que lo ame como lo amo, sino que, aún sabiendo que no podemos ser nada más que buenos amigos, por cada mínima situación con otra persona, por cada mínimo beso, por la más mínima caricia, siento una culpa inmensa. Siento que lo traiciono, que le soy infiel. Que soy la peor persona del mundo. Y ese sentimiento de culpa no me deja seguir adelante, por estar esperando cosas que no sucederán, quedo estancado.
La primera vez que tuve esa sensación de culpa, supe que mi amor hacia él, es real y más grande de lo que imaginé y también descubrí que la mayor traición, es la que le haces a tus sentimientos.
¿Qué esperas de la vida? Es una buena pregunta y tiene muchas respuestas. Pero en mi caso me basta con decir solo una.
Espero amor. Pero del amor sincero. De ese que no tiene doble cara, que no usa máscaras ni tiene dobles intensiones. Ese amor que tengo bastante tiempo esperando y aún no llega. Ese amor que yo puedo llegar a sentir por alguien sin dificultad, pero que al parecer a los demás se les hace casi imposible sentirlo por mí.
De todas las cosas materiales y no materiales que puede esperar cualquier persona, yo solo espero una: amor.
Hoy es una de esas noches en las cuales quiero con todas mis ganas abrazarlo y demostrarle que la espera no fue en vano. Que aún sueño con esa casa en la colina que tanto planeamos tener algún día, y también con los bebés que adoptaríamos y quiero decirle que aún nuestros sueños viven en mí. Quiero decirle que lo pienso más de 6 veces al día como si fuera una religión, mi religión. Quiero decirle que no me atrevo a amar a otro hombre porque él es el hombre de mi vida, el que me demostró que podía hacer cosas grandes por amor, y ese al que le he enseñado que la distancia y el tiempo son flagelos dulces que no matan una relación cuando se es inteligente.
Quiero verlo una vez mas y sentir que mi sonrisa es lo suficientemente grande y brillante como para iluminar toda la ciudad, y todo gracias a que estoy con él. Quiero sentir ese frenesí que pocos conocen y que ocurre pocas veces en la vida: el del amor. Quiero sentirme sumergido en una marea de sueños y sonrisas. Quiero ponerle un anillo, solo para simular una escena romántica. Él es el amor de mi vida, y si lee estas líneas, quizá sepa que están dirigidas a él, ya que es la única persona que ha visto a mi corazón cuando sonríe. Él es el amor de mi vida.
Te ríes para ti, en voz alta. Todavía te acuerdas de alguna tontería que dijeron tus amigos esta noche. Es de noche, notas el cansancio en tu cuerpo, notas un pequeño rastro de alcohol en la sangre, lo suficiente para volver a reírte. No estás cerca de tu cama, no ves el momento de meterte en ella.
Cruzas un momento la calle, has visto algo en un escaparate que te ha llamado la atención. Te dispones a cruzar, cuando un frenazo llama tu atención. No llegas a ver el coche mas que cuando tu cara se estrella contra el parabrisas. Notas como tu cuerpo vuela unos metros y aterriza en el suelo. No ves nada, solo notas dos cosas, la sangre que brota por tu cara, y un insoportable dolor en las piernas y en el pecho. Tus costillas están rotas, lo sabes, porque jurarías que lo que estás tocando ahora es una de ellas asomada por entre la carne. Moverte no es una opción, y oyes cómo el coche huye, dejándote solo en mitad de la calle.
Te mueres. Te mueres joder, y lo sabes. La muerte más tonta. Podía haber sido otro, podría haber sido en otro momento, en otro jodido lugar. Pero no. Te ha tocado a ti. Te ha tocado, y te mueres. Da igual quién venga a ayudarte, sabes que es demasiado tarde, no hay nadie que pueda hacer nada por ti.
Te mueres.
Era un día normal, yo tenía 6 años y seguía en el orfanato, esperando que algún día apareciera alguien para adoptarme y sacarme de ahí.
Yo seguía con lo de siempre, divirtiéndome con mis hermanos del orfanato mientras esperaba, cuando me llaman a la oficina de la directora. No sabía que sucedía, pero esperaba que fuera lo que siempre había querido, y así fue, una pareja joven había venido para adoptarme.
Fue muy triste la despedida de todos los que una vez fueron mis hermanos, hermanas y también mis padres.
Al día siguiente, era mi primer día como el hijo de esta pareja, que aún no conocía muy bien. Era sábado, así que pasaría todo el día con ellos, para conocernos. Me hicieron muchas preguntas y yo también a ellos, estaba muy entusiasmado por conocer a quienes iban a ser mis nuevos padres y ellos por conocer a su nuevo hijo.
Fue pasando el tiempo y yo forjé una confianza con mis padres, me acostumbré a contarles mis problemas y a que ellos, con sus sabios consejos, me ayudaran a resolverlos y a sentirme mejor, pero un día, empecé a dudar sobre mi sexualidad, tuve miedo de contarles porque no sabía cómo iban a reaccionar, así que fue la primera cosa que les oculté, y no pensaba contarles, aún no.
Todo seguía como siempre, yo con mis dudas, pero mis padres sin saber nada sobre el tema. Yo ya había tenido experiencias, besos, abrazos y una que otra experiencia sexual, pero todo se mantenía en secreto, al menos para mis padres.
Cierta tarde, decidí no esconderme más y, confiando en que mis padres me entenderían y me apoyarían, me declaré gay y hablé con ellos. Su reacción no fue lo que esperaba, mi padre, muy alterado, me gritaba y repetía que no estaba bien, que no era cosa de Dios, que era pecado y me iría al infierno. Mi madre, por su parte, lloraba y repetía que estaba decepcionada, que no sabía qué habían hecho mal en nuestra crianza.
Los días siguientes, todavía podía sentirse la tensión en el ambiente, pero nadie se atrevía a hablar del tema, mucho menos yo.
Yo ya no sabía que hacer, mis padres no me trataban igual, me quitaron el celular, el internet y solo me dejaban salir para ir a la escuela. Dijeron que para que no siguiera por ese camino, tendrían que privarme de mi libertad.
Cansado de la situación, decidí comenzar una investigación, no sabía por dónde empezar, ni cuánto tiempo tomaría, pero estaba decidido a encontrar a mis padres biológicos.
Mis padres adoptivos no sabían nada sobre mi plan de encontrar a mis padres biológicos, mantuve todo eso en secreto.
Regresé al orfanato buscando información sobre quién me dejó en ese lugar, y me dijeron que una joven llamada Carmen Rojas me dejó allí alegando que no tenía los recursos para hacerse cargo de mí.
La investigación no había avanzado mucho, pero ya tenía un nombre. Busqué en internet, busqué en Facebook el nombre a ver si encontraba algún resultado, en hospitales donde pude haber nacido y pregunté sobre mi fecha de nacimiento, hasta que encontré algo más: unas posibles direcciones.
Fui a cada una de las direcciones que me dieron en el hospital, visité a cada una de las familias, pero ninguna había dado un hijo en adopción. Estaba a punto de rendirme, pero seguí con mi búsqueda, y en una casa de un barrio humilde, me atendió una señora y empezó a hablar conmigo bastante interesada sobre el tema.
Después de un rato, la señora me dice que su hija menor se llama Carmen Rojas y hace 18 años (mi edad) dio a un hijo en adopción por problemas económicos y ni ella ni su esposo podrían hacerse cargo de mí, y me dio su dirección.
Estaba emocionado, al fin mi búsqueda estaba dando resultados, pero a la vez estaba muy nervioso, pues no sabía cómo reaccionaría al verme, y mucho menos sabría qué decirle. No podía llegar de repente a su casa y decir: "-Hola mamá, soy tu hijo, el que diste en adopción cuando solo era un bebé y he venido a buscarte."
Decidí ir y hacerme pasar por un encuestador, para hacerle preguntas relacionadas con el tema de la adopción, y así poder empezar una conversación más o menos directa sobre el tema.
Llego a la casa, la cual es muy bonita y está ubicada en una buena zona de la ciudad, lo que me sorprende, pues hace 18 años tenían problemas económicos.
Toco el timbre y me abre una señora de mediana estatura, rubia, ojos castaños; no pude evitar sonreír al verla. Le dije lo planeado, que iba a hacerle algunas preguntas para una encuesta y me invitó a pasar, para poder conversar más tranquilos y cómodos.
La casa era bastante grande, y estaba muy bien decorada, muy bonita.
Nos sentamos a conversar, le hice la primera pregunta:
-¿Qué piensas sobre la adopción?
-Me parece que es algo importante y útil, pues hay parejas que no pueden tener hijos y otras que no pueden mantener los suyos, y recurren a la adopción.
-Muy bien. -Le dije, y pasé a la segunda pregunta.
-De ser necesario, ¿Acudiría a la adopción?
-De hecho, ya lo hice, hace 18 años tuve que dar a mi hijo en adopción por problemas económicos.
-¡Oh! -Exclamé, mientras me quedaba pensativo por unos segundos.
Decidí contarle todo y le dije que no era ningún encuestador, que era su hijo que la estuvo buscando durante un tiempo. Su reacción fue: Empezar a llorar y repetir que no podía creerlo una y otra vez. Yo tampoco pude contener las lágrimas y solo la abracé.
Me quedé toda la tarde conversando con ella sobre cómo había sido mi vida, y obviamente le conté sobre mi sexualidad y su respuesta fue lo mejor: "No importa tu sexualidad, ahora sé que eres mi hijo, y me alegra mucho que me hayas buscado. He pasado muchas noches sin dormir pensando cómo estarías. Eres mi hijo y eso es lo que importa. Te amo." No pude evitarlo y empecé a llorar de nuevo mientras la abrazaba.
Seguimos hablando por un rato hasta que llegó mi papá, y me llevé la sorpresa de que tengo una hermana menor, de 12 años.
Ellos estuvieron hablando a solas, y decidieron invitarme a vivir con ellos, pues, era su hijo que no veían desde que era un bebé y no querían perder más tiempo.
Esa noche, al regresar a casa de mis padres adoptivos, decidí contarles todo, les dije que encontré a mis padres biológicos, y que me iba a vivir a con ellos, pues ellos sí me aceptaban como era, y la decisión ya estaba tomada.
Al otro día tomé mis cosas y me fui a casa de mis padres biológicos. Me sentía triste, pues gracias a mis padres adoptivos me convertí en la persona que era y tuve lo que siempre quise o necesité, pero sabía que eso era lo mejor.
Pasaron algunos meses y mi relación con mis padres biológicos y mi hermana iba cada vez mejor, pero sí, extrañaba mucho a mis padres adoptivos, pues, aunque tuvimos esos problemas, fueron mis padres por mucho tiempo y pasaba muchas noches sin dormir pensando cómo estarían sin mí.
Un día decidí ir a visitarlos, y hablar con ellos, teniendo la esperanza de que hubieran cambiado de idea. Cuando entré a la casa, mi madre me miró y me abrazó mientras lloraba, yo también la abracé y le dije que teníamos que hablar.
Me senté con ellos a hablar y me dijeron que lo habían pensado bien, y que me amaban y me extrañaban, y no importaba mi sexualidad, ellos me aceptarían si decidía volver con ellos, pero ya mi decisión estaba tomada, iba a quedarme con mis padres biológicos para recuperar el tiempo perdido.
Aunque les dije que no iba a regresar a casa con ellos, llegamos a un acuerdo: ellos podrían visitarme cuando quisieran y yo los visitaría de vez en cuando también.
Era un día común y corriente, solo que esa noche había una fiesta de una amiga, yo estaba algo emocionado porque iba a ver a mucha gente que tenía bastante tiempo sin ver y que extrañaba mucho, en especial a él.
Él es un chico que me atrae mucho desde hace un tiempo, pero nunca fui correspondido, supongo que porque no le gustaba, o porque es hetero, o por miedo a lo que dirá la sociedad, eso es algo que no tengo muy claro.
Llega el momento de la fiesta y mi ansiedad y emoción por verlos incrementaba cada segundo.
Todo estaba normal, como se esperaba que sería en la fiesta. Yo caminaba por todos lados, hablando de a ratos con todos los presentes, hasta que lo vi y no pude evitar distraerme.
Él es un chico rubio, alto y con buen porte, estaba vestido con un traje formal negro que le quedaba muy bien.
¿Ven? Con solo imaginarlo de nuevo me distraigo, en fin...
Estaba caminando por unos de los pasillos del salón de fiestas y él pasa a mi lado, yo me quedé pensativo por unos segundos y empecé a seguirlo, llegamos a un sitio donde había mucha gente conocida, me detuve a pensar en: "¿Lo hago o no? ¿Qué dirá la gente?" acto seguido me armé de valor y me quedé frente a él, lo empujé hacia una pared y le dije: "¿Sabes? Tú me gustas desde hace mucho, pero no tenía el valor para decírtelo" y, con todas las miradas sobre nosotros, lo besé sin importar más nada, mi sorpresa fue que no reaccionó de mala manera, mejor dicho, sonrió y dijo: "Tú también me gustas, pero lo tuve oculto por miedo a lo que diría la gente" y me besó de nuevo.
Era un momento mágico, lo mejor que me pudo pasar en la vida, hasta que sonó el despertador y, entre lágrimas, caí nuevamente en el mundo de la realidad, sabiendo que todo fue un sueño.
Cada uno siguió con su vida, tú por tu camino y yo por el mío, aunque siempre tuve la esperanza de que estuviéramos juntos otra vez.
Mi vida era relativamente normal, era de esos chicos comunes que se la pasaban corriendo con los amigos, probando la puntería con resorteras (también conocidas como “chinas” aunque nunca entendí la razón de por qué) jugaba fútbol, en fin, hacía cosas de chicos.